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En el prefacio de El Hombre Primitivo como Filósofo, obra maravillosa editada originalmente en 1927, el antropólogo norteamericano Paul Radin reclamaba como “la más urgente necesidad para la etnología” la tarea de revisar en profundidad las tesis que afirman “...la idea de que en los pueblos primitivos existe un nivel fijo de inteligencia, que el individuo está por completo sumergido en el grupo, que no se encuentran pensadores ni filósofos” (1960:11). Más allá de las discusiones de la época, donde el tópico de la “mentalidad primitiva” fue central, el libro puso a disposición del gran público el interés por legitimar las dimensiones filosóficas y poéticas del pensamiento de hombres y mujeres pertenecientes a las entonces llamadas “sociedades primitivas”.